Cuadernos Melanie Klein, Núm. 11, enero 2019
CRISIS PLANETARIA EN EL SIGLO XXI: ENTRE EL DESARRAIGO Y LA CRUELDAD, Y LOS POSIBLES ESPACIOS DE HOSPITALIDAD Y ENCUENTRO
Emma Ruiz Martín del Campo
Profesora / Investigadora del CUCSH, Universidad de Guadalajara.
SÍNTESIS. El neonato humano requiere del cuidado de otros para sobrevivir y desarrollarse. El largo periodo de socialización infantil nos convierte en seres necesitados de amor mientras vivimos. El sentido que damos a la existencia surge del vínculo social. Gestamos sentimientos de identidad ligados a grupos de pertenencia. Las identificaciones con otros que integran dichos grupos y las diferencias con los que quedan fuera de ellos, nos ponen ante la cuestión de lo que nos es propio y lo que nos es ajeno. La identidad étnica surge en la convivencia con una comunidad con historia, lengua, usos y tradiciones comunes, se funda en sentimientos de pertenencia basados en experiencias compartidas y está ligada al encuentro con lo diferente, ante lo cual se puede tener mayor o menor apertura. Mientras más seguros se sientan los pertenecientes a una etnia de poder subsistir al lado de los diferentes, mayor respeto habrá en la interacción con ellos. Cuando se incrementan las angustias existenciales, puede ponerse en juego la ‘función psicohigiénica del representante de lo extranjero’ (Erdheim), lo que implica que, estando a la búsqueda de seguridad y protección, los miembros de una comunidad étnica pueden proyectar en los diferentes sus problemas, culpándolos de lo que les ocurre y buscar su marginación o destrucción. Postulamos que la gesta de espacios terceros, transicionales, de nichos de encuentro entre sujetos en los que se fomente el diálogo y el conocimiento reflexivo, es una vía para hacer frente, en el nivel microsocial, al desencuentro humano y al mercantilismo.
PALABRAS CLAVE: VÍNCULO SOCIAL / SENTIDO DE LA VIDA / IDENTIDAD ÉTNICA / CRUELDAD Y GENOCIDIO / ESPACIOS DE ENCUENTRO.
ABSTRACT. The newborn human is incapable of surviving on its own; it needs to be taken care of by others in order to develop. The long socialization period of children, marked by this initial lack of maturity, turns us into beings that depend on the love of others throughout our existence. The meaning that we give to life comes from our social bond. We develop our identities based on the social groups that we belong to. The similarities we share with others who are part of our groups and the differences we have with those who are outside of them, face us with the question of what is known to us and what is foreign. Ethnical identity emerges through sharing with a community that has history, a tongue and common customs and traditions, it is founded on feelings of belonging based on shared experiences and it is connected to an encounter with that which is different, to which someone can be more or less open. The safer those belonging to an ethnicity feel, that they can subsist next to those who are different to them, the more flexibility and respect there will be in their interactions. When existential angst increases because of a lack of resources to satisfy everyone, the members of an ethnic community may project their problems on others, blaming them for what is happening and trying to marginalize or even destroy them. We argue that the creation of ‘third’, transitional spaces, is a way of coping with human disagreement and mercantilism.
KEYWORDS:SOCIAL BOND / REASON FOR LIVING / ETHNICAL IDENTITY / CRUELTY AND GENOCIDE / RELATIONAL SPACES.
INTRODUCCIÓN.
El presente es un trabajo que articula reflexiones y conceptos teóricos, a la búsqueda de esclarecer algunos elementos de la actual crisis de la humanidad que ha cobrado dimensiones planetarias.
Mi inquietud por reflexionar en torno a lo que nos acontece a los humanos en el siglo XXI se alimentó de dos vertientes:
Por una parte, el percatarme, a través tanto de lecturas de estudiosos de las ciencias sociales como de noticias rastreadas en medios informativos que considero confiables, de que el potencial de caos y agresión en nuestro mundo se estaba incrementando: el cambio climático produce estragos, la guerra prevalece en diversas latitudes, el terrorismo encontró nuevas formas de expresión generadoras de muertes de muchos civiles, las migraciones de sujetos expulsados de su tierra por crueldad o persecución política aumentaron, los sujetos con hambre extrema y sin un lugar social suman millones, un nuevo incremento del racismo se fue haciendo patente en políticas de algunos países poderosos que ante la miseria de otros parecen preocupados sólo por salvar lo suyo y creen lograrlo a base de segregación y muros, olvidando que compartimos todos un planeta, que no soportará por cierto ilimitadamente el maltrato que le propinamos. Los humanos nos debemos una concienzuda reflexión que nos mueva a incrementar nuestros esfuerzos por salvar la Tierra y entregarla a futuras generaciones en condiciones para su supervivencia. Y cuestionarnos sobre lo que nos ocurre como sujetos y sobre las relaciones que gestamos, no es menos importante, pues de ello depende el incremento del potencial de convivencia pacífica y de limitación de una crueldad que en ocasiones amenaza con cobrar dimensiones catastróficas generalizadas.
En el otro costado, este trabajo deriva de experiencias en una praxis en la que pongo al servicio de la investigación elementos adquiridos en mi formación y práctica como psicoanalista. La parte teórica a la que arriba me refiero, pretende ganar claridad con la exposición de viñetas, pequeños fragmentos de historias de vida de sujetos a los que pude escuchar en ámbitos diversos. En 2004 fui invitada a una estancia académica en la Universidad de Bremen y fui aceptada como observadora en “Refugio” una institución dedicada a la atención integral, también psicoterapéutica, de migrantes y solicitantes de refugio en Alemania. Quiso el azar que las terapias en las que fui acompañante, fueran procesos en los que quienes demandaron el apoyo fueron mujeres. Hice por otra parte entrevistas a chicas de una preparatoria, alemanas y de otras procedencias, interesadas en cuestionarse sobre la situación del mundo actual, en este caso fueron también mujeres las que mostraron curiosidad por conversar conmigo, una extranjera que aunque profesionista, provenía del tercer mundo, de un país del que apenas sabían algo. De regreso a México, quise acercarme a experiencias de estas latitudes, y realicé entrevistas a profundidad. En esta ocasión fui yo la que invité a mujeres, para igualar en cuanto al género las condiciones de los sujetos que me apoyarían en la investigación. Las cuestiones de género, por más que son dignas de atención y consideración tanto en lo que toca a la crisis planetaria, como en otros temas, exceden las pretensiones de este trabajo. Me ocupé de la ética: las chicas fueron invitadas a participar en una investigación, conscientes de que sus narrativas podían eventualmente ser publicadas bajo condiciones de anonimato que, preservando lo fundamental de ellas, protegieran su identidad. A cambio por su participación ofrecí y ellas aceptaron, mi escucha, mi actitud atenta, respetuosa, profesional, mi compromiso integral en la relación que gestáramos durante el tiempo que duraran nuestros intercambios.
I.- EL PROCESO DE SUBJETIVACIÓN EN EL HUMANO. A LA BÚSQUEDA DE ACOGIMIENTO, PERTENENCIA E IDENTIDAD.
René Spitz (1945) tras haber hecho observaciones en instituciones que recibían para su cuidado a infantes que habían quedado huérfanos por la guerra, dio cuenta de que se daba entre ellos un síndrome que denominó ‘hospitalismo’: muchos de los niños acogidos en esas casas-hogar que tenían el personal suficiente para alimentar bien a los niños y darles atención higiénica, pero no para dedicarles tiempo para abrazarlos, acariciarlos, hablarles, jugar con ellos, caían en un desaliento que llevaba al marasmo y en algunos casos a la muerte.
Los humanos requerimos algo más que la mera satisfacción de necesidades biológicas, nos es indispensable el amor. Esa necesidad de cariño tiene su origen en la larga infancia propia de nuestra especie y en que el cuerpo de los humanos, inacabado al nacer, es ‘intervenido’, afectado por los otros que saben del sujeto en ciernes antes que él mismo y son los responsables de interpretar y atender sus necesidades elementales y emocionales.
Los pequeños atraviesan un proceso de deslindamiento progresivo del otro, se van percatando de su separación a partir de la repetición del ir y venir de sus cuidadores.
La angustia es la primera señal, la más auténtica, de la falta de los otros que nos son necesarios en nuestras vidas. Con el crecimiento y el progresivo reconocimiento de sí mismos de los niños, esos otros van cobrando nuevas significaciones para ellos. Serán cada vez más, objetos diferenciados a los que se desea, y receptores de respuestas cada vez más complejas que podrán mezclar los más diversos matices afectivos.
Las pulsiones son impulsos con marcaje humano (que no tienen la rigidez de las pautas instintivas prevalecientes en otras especies) ligados a representaciones y fantasías. Se troquelan en las experiencias con los otros y a lo largo de toda la vida darán cuenta del tipo de encuentros que cada sujeto tuvo en su infancia temprana con sus cuidadores. En la vida posterior de los humanos las señales de angustia emergente o de afectos desagradables derivados de ella, dan lugar a la búsqueda de sentidos, y al anhelo de pertenencia a un grupo que se experimente como lugar de resguardo u hospitalidad.
Los deseos y demandas dirigidos a otros, son en buena medida, inconscientes. El inconsciente no es una instancia misteriosa, no tiene una localización cerebral, es una forma de relación con lo que nos cuesta trabajo enfrentar, evitándolo al reprimirlo. Al transformarse en afectos diversos y representaciones, la angustia puede ser manejada, ya que tales afectos son susceptibles de represión, de participación en procesos que dificultan su acceso a la consciencia. Las representaciones son reprimidas cuando están ligadas a emociones desagradables con las que el sujeto se siente amenazado porque lo remiten a experiencias de desencuentro con los otros o de crueldad ejercida por ellos contra él o de desprotección ante eventos dañinos del medio ambiente. En esos casos tales representaciones se desplazan, son suplidas por otras sentidas como más tolerables, y se propicia la gesta, por ejemplo, de ‘recuerdos encubridores’ (Freud) y productos de ficción.
Al brindarle cuidados al infante, los otros le ofrecen la posibilidad de identificarse con ellos e irse reconociendo como separado, distinto de ellos, pero a la vez perteneciente al grupo en el que ha sido recibido. El sentido que se da a la vida surge del vínculo social.
II.- LA IDENTIDAD ÉTNICA Y LAS DIFERENCIAS CULTURALES.
Hablar de ‘identidad’ es hacerlo de formas de comprensión de nosotros mismos que gestamos los humanos en base a las relaciones sociales en las que participamos y que nos sirven como formas de orientación vital, que hacen posible un sentimiento de continuidad de nuestra existencia a pesar de que es lo discontinuo lo que prevalece en nuestras vidas. Las identidades implican identificaciones y diferenciaciones, sentirnos pertenecientes a un grupo que tiene características que lo distinguen de otros, nos pone ante la cuestión de lo que nos es propio y lo que nos es ajeno. Hay múltiples formas de identidad: identidad de género, identidad profesional, identidad configurada por grupos de edad, etc. Y hay también diferencias en los sentimientos de identidad, según el tipo de pertenencia que establecemos con los grupos que tomamos como referentes. Hay formas de pertenencia producto de procesos de adoctrinamiento que, podríamos decir, enajenan a los sujetos, les exigen el olvido de sí mismos para sacrificarse al grupo, un ejemplo extremo sería el ejército, mientras que hay pertenencias que, por ser producto de reminiscencias de los primeros encuentros del sujeto y estar más basadas en memoria de lo vivo que en exigencias de sometimiento y fidelidad, alientan lo más íntimo del sujeto moviéndolo a un encuentro consigo mismo.
El sentimiento de pertenencia a una etnia se gesta en la vida cotidiana, en los sujetos que comparten relaciones, idioma, rituales, creencias, valores, espacios y experiencias de trabajo y solución de problemas que competen al grupo. La identidad étnica como producto del sentimiento de pertenencia a una comunidad con una historia y usos compartidos puede sustentarse con mayor o menor apertura a otras identidades étnicas. A mayor asunción de las diferencias étnicas y tolerancia frente a ellas, fundadas en la seguridad de pertenencia y en la garantía de que lo propio no está siendo atacado, habrá mayor flexibilidad en la interacción con los diferentes y menor necesidad de defender la propia identidad agrediendo a otros.
La ‘identidad étnica’ es una forma de identidad que parece haber cobrado un mayor significado para muchos sujetos como contraparte a los procesos de globalización creciente, que nos confronta a cuestiones como las siguientes: ¿Quiénes somos, a dónde pertenecemos, a qué tradiciones y tramas simbólicas estamos ligados?
Hay un paralelismo entre identidad étnica y cultural. Podemos decir que la identidad étnica surge de la convivencia con el grupo más cercano al sujeto, comunidad que a su vez puede tener similitudes con un grupo cultural más amplio.
Que la identidad étnica tiene importancia para los sujetos puede constatarse en el dolor o la desvalorización que experimentan aquellos que son testigos de desprecio o rechazo hacia signos y tramas culturales con las que se han identificado.
III.- EL RACISMO COMO IDEOLOGÍA DE LA MODERNIDAD.
El racismo como doctrina con pretensiones científicas que afirma la determinación biológica hereditaria de diversas capacidades de los individuos y califica a los grupos humanos en razas bien diferenciadas con base en factores genéticos e inmutables ha caído en descrédito, no así las manifestaciones de xenofobia, de rechazo a los diferentes, las luchas entre etnias que han llevado a matanzas masivas y a ‘limpiezas étnicas’ por parte de quienes se dicen superiores a esos otros a los que pretenden hacer desaparecer de la faz de la Tierra.
El racismo en sus nuevas modalidades y los ataques a minorías en base a sus características distintas, tienen sus raíces en el miedo al extraño, en la desconfianza al diferente estigmatizado como peligroso, como un potencial enemigo para la supervivencia o el florecimiento del grupo que propaga la ideología que denigra a los diferentes.
Elisabeth Roudinesco en Nuestro lado oscuro da cuenta de que fue en la Europa del siglo XIX donde por vez primera se enarboló la bandera de la ideología racista para darle un giro radical al ideal progresista de la medicina y transformarla “en una ciencia criminal que recibirá el nombre de ‘higiene racial’ (…) Las mayores autoridades de la ciencia médica alemana inventaron la biocracia, es decir, el arte de gobernar a los pueblos no con la ayuda de una política basada en una filosofía de la historia, sino mediante las ciencias de la vida y las ciencias denominadas humanas –antropología, sociología, etc., ligadas en esa época a la biología.” (Roudinesco, 2009: 131-132)
Lo que proponía la ‘biocracia’ era ‘purificar’ las estructuras de las culturas y las ciencias en Alemania y aspirar a la gesta de un imaginario hombre nuevo a través de la aplicación de preceptos científicos, y de la autosuperación. Hitler proclamaba que la raza llamada aria era superior a otras, y consideraba a grupos humanos como los gitanos, y los judíos, inferiores, proponiendo como una de las metas de su letal programa su eliminación radical en pro de la prevalencia de la pureza racial.
El despliegue de la ideología racista produjo durante el siglo XX catástrofes masivas en diversas latitudes: en Japón fueron eliminados millones de seres humanos, en Italia, cobró auge el fascismo y posteriormente en la Unión Soviética el estalinismo se impondría como un poder monolítico y criminal. ¿Qué es aquello que convierte al ser humano en el lobo para sí mismo y lo lleva a pretensiones hegemónicas a costa de destruir lo disímil, lo diferente?
IV.- ANGUSTIA ANTE LO EXTRAÑO. FUNCIÓN PSICOHIGIÉNICA DE LO EXTRANJERO Y AVANCES HACIA LA DISCRIMINACIÓN.
Erdheim da cuenta del desarrollo de la imagen del extranjero en los humanos, explicando que aparece en el sujeto muy tempranamente “y surge casi simultáneamente a la imagen de lo que nos es más confiable, esto es, la imagen de la madre. En su forma más primitiva lo ajeno, lo extranjero es lo ‘no-mamá’, no maternal y es que la amenazante ausencia de la madre produce angustia.” (Erdheim, 1993: 166). La angustia seguirá después, en mayor o menor medida, asociada a lo extraño, lo desconocido, y siempre supone, en menor o mayor medida, una superación de angustia el acercarse a lo extranjero. Esta angustia está también en la raíz de posteriores actos de violencia: aquello ante lo que experimentamos angustia es fácilmente calificado de malo, ante lo que uno, en tanto se sienta débil emprende la huida, pero en cuanto se siente fuerte tiene el impulso de atacar.
La ambivalencia que nutre nuestra relación con lo extranjero da lugar a la ‘función psicohigiénica’ de la representación de lo extranjero, tal función es, según Erdheim una especie de depósito en el que quedan ocultos aspectos de nosotros mismos que rechazamos, haciéndolos luego reaparecer como pertenecientes al otro, lo que nos permite depurar nuestra imagen y explica: “La ganancia es entonces considerable, pues lo propio es visto como lo bueno, mientras que lo malo se desplaza a la imagen de lo extranjero. Sin embargo se delinea rápidamente una desventaja de esta estrategia: en cuanto lo propio no ofrece ya posibilidades de desarrollo y el acceso a lo extranjero queda encapsulado, rodeado de un muro, lo propio se empieza a descomponer.” (Erdheim, 1993: 167).
La función psicohigiénica del representante de lo extranjero no se circunscribe a lo individual, puede ponerse en acto a nivel de los grupos. La etnia extranjera se convierte en tales casos en la quintaesencia de todo aquello que uno quiere negar en su propia cultura.
Los sujetos de la llamada posmodernidad tenemos miedo, hemos perdido recursos sociales que en otras épocas eran un auxiliar para la generación de sentimientos de acogimiento, de pertenencia, que atenuaban la angustia producto de la percepción de nuestra extrema vulnerabilidad y ampliaban el potencial de hospitalidad ante los extranjeros.
Ulrich Beck, teórico alemán, fue uno de los primeros en alertar sobre cambios que estaban afectando drásticamente a las nuevas generaciones y que no habían sido puestos a discusión por las ciencias sociales. Hace ya más de 30 años, en su libro Sociedad de riesgo. El camino a la otra modernidad (1986), destaca el hecho de que el capital, liberado de normas que anteriormente contenían su avance, estaba generalizando su dominio en la sociedad a costa del Estado rector, produciendo efectos de mercantilización en la educación, la ciencia y los derechos. El avance del pensamiento mercantilista, apuntaba Beck, estaba dando lugar a una desinformación y deseducación progresiva de la población. En síntesis, Beck daba cuenta de la agudización de la crisis ecológica, política y social que daba lugar a la ‘sociedad de riesgo’ en la que el potencial de caos y destructividad se estaba incrementando.
Por su parte Gertrud Hardtmann, en su artículo La funcionalización de la víctima como ‘contenedor, postulaba en 2001 que estaba cobrando fuerza una corriente de racismo y radicalismo de derecha y otras clases de fundamentalismo, que apuntan en una misma dirección: ejercer violencia contra seres humanos que visible y acústicamente pertenecen a una minoría y son tomados por sorpresa en el ataque, por lo que quedan expuestos a él sin posibilidad de defenderse. (Hardtmann, 2001: 1027).
Günter Lempa, en El ruido de los no-deseados, habla del tipo de medio social, de relaciones con otros que todos los seres humanos necesitamos a fin de vivenciarnos a nosotros mismos como existentes. Los humanos necesitamos sentirnos comprendidos, reconocidos en nuestra existencia y asegurados por el colectivo, a fin de corroborar el contrato civilizatorio. Concluye que, ante el debilitamiento de los Estados de bienestar social y la fragilidad de la familia como sistema de seguridad, los conflictos sociales tienen un potencial explosivo (Lempa, 2001: 66).
El siglo XXI está marcado por una multiplicidad de fenómenos de diferenciación y recomposición cultural y también por manifestaciones de resistencia a la interculturalidad, a la aceptación y convivencia con otro que ya no puede considerarse tan diferente como, por ejemplo, parecieron los aborígenes a los españoles en su llegada al ‘nuevo’ mundo.
En la posmodernidad los Estados-nación y sus símbolos rectores han ido perdiendo su lugar directriz frente a un mercado que se impone para establecer formas de organización donde la economía, la ley de la oferta y la demanda, la búsqueda del rendimiento y la mayor ganancia posible de los emporios transnacionales, inciden en las formas de vida de los sujetos. Ello tiene efectos sobre las subjetividades, pues el mercado no proporciona un orden simbólico articulador que sirva de contención a los sujetos (exigencia sine qua non de la subjetivación). Su apuesta es por la optimización de las ganancias de los monopolios y los grandes capitales. Parece no existir una lógica coherente de derechos y obligaciones sociales, sino más bien un consumismo a ultranza que no se somete a las leyes de regulación de las relaciones y vínculos entre los humanos. El mercado genera la ilusión de que el otro es prescindible, de que el bienestar deriva sólo de la capacidad de autogestión y no del lazo social.
Slavoj Zizek habla de cómo las fantasías que prevalecen en un medio social determinado, producen efectos en el imaginario colectivo y cuando se ven ejemplos vívidos de tales fantasías se está en el nivel en el que se pierden o se ganan batallas ideológicas. Asegura que “el racismo posmoderno contemporáneo es el síntoma del capitalismo tardío multiculturalista”. (Zizek, 2003: 157).
El desarraigo de los sujetos, producto de las condiciones de vida imperantes, da lugar en ocasiones a fundamentalismos donde se exalta el valor del grupo de pertenencia a costa de denigrar a los diferentes. Tales fantasías pueden servir para ocultar sentimientos que compartimos la mayoría de los habitantes de este mundo en una época de mundialización progresiva y de mercantilismo a ultranza: la de carecer de raíces, estar, diría Zizek, en un ‘vacío de universalidad’. Para Zizek la problemática multiculturalista da testimonio de la homogeneización sin precedentes del mundo contemporáneo y postula que, dado que las utopías se han diluido, que ya no consideramos la eventual caída del capitalismo ni la posibilidad de emergencia de un régimen de vida alternativo, nuestra capacidad crítica encuentra una válvula de salida en la pelea por diferencias culturales, dejando intacta la similitud amorfa a la que como sujetos nos somete el sistema capitalista “con la aceptación de las relaciones económicas como un marco incuestionable.” (Op. cit.: 178).
Zizek postula que el gesto político por excelencia que pondría en jaque las jerarquías y lugares incuestionables marcados por los representantes de las derechas sería cuestionar el orden universal que nos abarca, en nombre de su síntoma, en nuestro ejemplo, los inmigrantes expulsados de sus tierras y muchos de ellos masacrados. El identificarnos con el síntoma: los excluidos, puede abrir nuestra sensibilidad y consciencia al hecho de que, en un sistema que parece tornarse más y más inhumano, en donde el dinero y las tecnologías, los valores del mercado global están por encima de los sujetos, todos somos excluidos. Cito la conclusión final: “El estallido de la violencia brutal es una suerte de passage a l’acte que echa raíces en la ignorancia del sujeto y, como tal, se puede contrarrestar con la lucha que tiene como forma principal el conocimiento reflexivo.” (Op. Cit.: 188).
La exclusión de los que han sido escogidos como chivos expiatorios permite, a quienes los excluyen, considerarse parte de una comunidad de elegidos con fantasías de que para ellos todo es posible.
V.- EL GENOCIDIO COMO PRETENSIÓN DE EXTERMINIO RADICAL DE LO DIFERENTE. UN TESTIMONIO.
Roudinesco da cuenta de cómo un nuevo fenómeno, el ‘genocidio’ fue nombrado y descrito en su singularidad: “Inventado por Raphael Lemkin en 1944, este neologismo iba a servir para calificar un crimen contra la humanidad desconocido hasta el momento en el léxico penal: la destrucción física de una población considerada indeseable por su pertenencia a una especie, un género o un grupo sin tener en cuenta las ideas o las opiniones de las personas que integran dicha población. Para ser calificado como tal, el acto genocida debía ir acompañado de la puesta en práctica intencional, sistemática y planificada del exterminio.” (Roudinesco, 2009: 146/147)
Daniel Feierstein habla de la posibilidad de que las prácticas sociales genocidas se hayan instalado en la modernidad como un procedimiento que sirve a las nuevas tecnologías del poder. Explica que el genocidio del siglo XXI puede ir dirigido al otro diferente que cohabita con los actores del exterminio, pero pertenece a una etnia o minoría con características propias, y añade: “Aparece un modelo basado en la lógica degenerativa, un modelo de construcción de otro interno, otro que es el vecino y que supuestamente atenta contra la propia vida biológica de la especie (y esto basado en una visión conspirativa y ya no inferiorizante de sus objetos de estigmatización).”. (Feierstein, 2000: 11).
En la visión de Feierstein, el genocidio moderno busca prioritariamente acabar con la posibilidad de relaciones de paridad, de igualdad con los otros más allá de sus diferencias.
ANNA: EL ‘ULTIMO GENOCIDIO DEL SIGLO XX’.
¿Por qué incluir testimonios subjetivos buscando una más profunda comprensión de los fenómenos sociales? Erdheim alude al concepto del ‘hecho social total’ de Mauss, con el que se indica que la comprensión de la sociedad se logra a través de un enfoque multidisciplinario, y señala luego que Lévi-Strauss adelantó a Mauss en 1950 al aseverar que el ‘fait social total’ ha de ser palpable en las experiencias de los sujetos: “Nunca podemos estar seguros de haber encontrado el sentido y la función de una institución, si no estamos en condiciones de revivir su efecto en una conciencia individual.” (Erdheim, 2003: 19-20).
El caso que aquí se presenta es el de una joven mujer bosnia de religión musulmana que tuvo que salir huyendo de su pueblo en la región de Srebrenica, y fue testigo de los horrores que precedieron al genocidio ocurrido en Potocari: En 1995, durante la Guerra de Bosnia, 8000 personas fueron asesinadas por los serbios. El hecho fue calificado como genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia. Constituyó el mayor asesinato masivo en Europa después de la segunda guerra mundial.
En el año 2004 fui aceptada como observadora en ‘Refugio’, Bremen, institución que da psicoterapia a migrantes y solicitantes de asilo político. Mi aceptación fue el resultado de una serie de entrevistas con el consejo directivo de la institución, del diálogo con los psicoterapeutas y por supuesto de la anuencia de las pacientes en cuyo proceso me integré. Comparto a continuación el testimonio surgido de la interacción de Anna con su psicoterapeuta Ingrid Koop, a quienes agradezco el haberme abierto las puertas a una experiencia del dolor humano que invita a una profunda reflexión.
Anna tiene la apariencia de una adolescente lastimada por la vida, que desea mantener su dignidad por sobre todas las cosas. A partir de su salida de Bosnia para pedir refugio en Alemania, empezó a experimentar inapetencia extrema y a sufrir de vómitos cuando lograba ingerir alimentos. Acudió a “Refugio”; en donde fue acogida en un proceso psicoterapéutico.
Invitada a narrar su historia, Anna hace una especie de síntesis de lo que ocurrió en Srebrenica:
“Yo vivía en un pueblo, Srebrenica, y no tenía que preocuparme de cosa alguna, mi padre trabajaba en una fábrica y resolvía todo para nosotros. Desde que tenía 11 años, se acabó, esa situación “idílica”. Empezó la guerra (…) Tuvimos que huir, dejamos nuestro pueblo. Los chicos “nos detuvimos con nuestra mamá” en una zona que fue declarada “segura” por la ONU.
Nací en 1980 y los ataques de la guerra llegaron directamente a mi pueblo en 1995, cuando yo tenía 15 años, pero ya mucho antes los hombres salían a frentes en otros puntos. Nos alegrábamos cada vez que regresaban ilesos.” La psicoterapeuta pregunta qué defendían, Anna dice: “nuestro derecho a nuestras formas de vida y prácticas como musulmanes (…) Quiero hablar de todo lo que vi con mis propios ojos y viví cuando tuve que dejar mi pueblo, durante el camino y los días que nos quedamos en Potocari.”
“…Salí con mi madre y todos mis hermanos (incluyendo una bebé de 8 meses) rumbo a la fábrica de Potocari, que no estaba muy lejos. Mi padre (…) todavía luchaba en la resistencia. Al día siguiente de que nos fuimos regresé a mi casa por víveres, acompañada por una tía y otra chica del pueblo. Los niños tenían hambre. Mi padre había matado algunos animales y tenía carne lista para que lleváramos y algunos otros alimentos (…) Mi padre me dijo que esperara (…) pero los serbios empezaron a incendiar las casas y nos fuimos rápidamente (…) Todavía teníamos nuestros caminos. Nos ofreció llevarnos a Potocari un chofer de Bosnia, nos subimos y nos dimos cuenta que llevaba oculto, como podía, a un muchacho joven. La situación más peligrosa era para los hombres. Se acercaron serbios con la intención de revisar el camión, pero llegó una de sus autoridades y les dijo que el chofer estaba transportando mujeres, que liberara el paso. Nos salvamos por segundos. Nos tocaba ver muertos por todos lados (…) Todo era movimiento de gente que huía (…) casi todos eran mujeres, niños y ancianos. A los hombres se los llevaban y los mataban.
Ya en Potocari al atardecer, como no encontramos lugar para dormir en las fábricas, que estaban atestadas, mi madre nos dijo que nos acomodáramos en un prado que colindaba con uno de los edificios, que era en el que había trabajado mi padre.
El primer día en Potocari no fue tan malo, pero el segundo fue terrible (…) llegaron serbios a donde estábamos y tomaron a una prima mía (…) ahí delante de todas la violaron y luego se la llevaron (…) Yo sentí miedo, muchísimo miedo; pasado un rato volvieron los hombres y me dijeron: ‘ahora te toca a ti’, entonces mi madre se enfrentó a los hombres y les dijo que no dejaría que me llevaran pasara lo que pasara, que si querían la mataran, y se sentó encima de mí, entonces se la llevaron a ella (…) Fue terrible, yo me quedé como ausente, paralizada de terror, tenía a mi hermana bebé en mis brazos, pero no sabía ni qué hacer con ella, la niña lloraba y lloraba. Por fin, después de un rato trajeron de regreso a mi madre, pero ella era una mujer distinta de la que se habían llevado, estaba lívida, lastimada, sangrante”.
Las dos sobrevivimos, mi madre y yo, pero ahora ella padece muchos dolores como consecuencia de los golpes que recibió.
…Anna prosigue: “Era terrible, yo me sentía confusa, sufrí enormemente junto con mi familia ese segundo día en Potocari. También ese día llegó a donde estábamos un serbio que había sido amigo de mi padre, pero en cuanto nos dimos cuenta que andaba entre la gente nos escondimos. Él iba preguntando a su paso si habían visto a nuestra familia, decía que quería salvarnos, pero nos escondimos porque muchos serbios buscaban a la gente pretendiendo que iban a ayudarla y luego la mataban (…) Cuando ya se había ido el serbio, las mujeres empezaron a quemar las fotos de sus hombres, yo no entendía por qué y pregunté, me explicaron que porque cuando los serbios encontraban las fotos se las llevaban para buscarlos y matarlos; también mi madre quemó las fotos de mi padre, pero yo tomé a escondidas una en la que estoy yo con él y la oculté en mi zapato sin decirle a nadie, así quedó una foto que mi madre guarda ahora como tesoro en Bosnia.”
En otra sesión, la psicoterapeuta aludió a una fiesta luctuosa en la que se enterraron los restos de 1000 víctimas de Potocari en días pasados. Anna: “Sí lo supe y llamé por teléfono a mi madre y ella me dijo que participó.” La psicoterapeuta fue a traer un periódico con la noticia acompañada de fotos y se lo mostró a Anna inquiriendo: “¿Quieres quedártelo?” Anna aceptó gustosa, tomó el recorte que le extendió la psicoterapeuta y lo mantuvo empuñado en su mano derecha durante toda la sesión. Luego ella volvió a su narración: “La siguiente noche en Potocari fue tremenda, cada 5 o 10 minutos había alguien sollozando, quejándose con un lamento desgarrador de que un ser querido le había sido arrebatado, podían hacerlo sólo un momento, pues temían que la furia de los serbios cayera sobre ellos si identificaban al que se quejaba. A la mañana siguiente decidimos marcharnos de ahí pasara lo que pasara y nos dijimos que no nos separarían, que sufriríamos el mismo destino cualquiera que fuera y así lo hicimos. Buscamos entre los camiones de carga que se prestaban para transportar gente y casi todos estaban llenos, pero para nuestra fortuna uno estaba vacío y el chofer aceptó llevarnos. Recogimos a un hombre anciano y lo subimos con nosotros al camión. Nos pusimos en marcha (…) Ingrid interviene: “Irse de Potocari esa noche fue la salvación para ustedes, pues después hubo ahí una masacre peor.”
Tras varias sesiones psicoterapéuticas, Anna se muestra bastante más vivaz, parece que en ella ha surgido esperanza y se ha sentido respetada y comprendida.
El seguimiento de la experiencia psicoterapéutica de Anna invita a reflexionar sobre la posibilidad de gesta de espacios de apertura al otro, de aceptación, que producen efectos de signo contrario a los de la exclusión, la discriminación, el ‘racismo’
VI.- ADOLESCENTES MEXICANAS DEL SIGLO XXI: DISTINTAS FORMAS DE AISLAMIENTO, MARGINACIÒN Y DISCRIMINACIÒN.
Quise saber de lo que viven chicas mexicanas en el contexto de su compleja realidad del siglo XXI. Realicé entrevistas a profundidad, variando en cada caso el número, según la relación gestada con las adolescentes, dando la palabra a mis interlocutoras a la manera como he aprendido a hacerlo a partir de mi formación como psicoanalista, a saber, con base en la asociación libre. Aquí algunas viñetas:
EXIGENCIA DE RENDIMIENTO A ULTRANZA COMO DESCONOCIMIENTO DEL SUJETO Y POTENCIAL DAÑO AL MISMO.
NADIA (20 años): “Además de estudiar doy clases de español a unos niños asiáticos; la mamá de ellos está loquita, pues quiere que sólo trabajen y nunca jueguen, cuando llegaron a México sometió a una carga demasiado pesada a su hijo mayor, pues lo inscribió en una escuela bilingüe y el niño tenía que aprender de pronto dos idiomas para él extranjeros, me contrató a mí para que lo ayudara con el español, el niño aprobó el curso en la escuela, pero con una nota muy baja y a mí me echó en cara que no lo había ayudado suficiente”.
ADSCRIPCIÓN A UNA RELIGIÓN NO MAYORITARIA COMO MARCA POTENCIALMENTE DESENCADENANTE DE SEGREGACIÓN.
MARÍA (17 años): “Mi papá se hizo ‘testigo de Jehová’ y nos empezó a llevar a mi hermana y a mí a sus reuniones. Yo seguí yendo a la iglesia católica con mi mamá y participaba en actividades que ahí organizaban, iba a la doctrina, donde me preparaban para hacer la primera comunión y luego la hice, pero mi papá se enteró y me dijo que ya no me quería porque yo ya era católica y que a la que quería era a mi hermana que seguía siendo testigo de Jehová.”
“Aunque no soy peleonera recuerdo una ocasión en que una muchacha me molestó porque mi papá es de otra religión. Yo iba pasando por donde ella estaba, iba con mi hermana menor y sus amigas y a una de las niñas le lanzaron piedritas, entonces salí en su defensa y mi hermana empezó a responder lanzando también pequeñas piedras, se hizo la guerra.”
ABANDONO POR PARTE DE LOS RESPONSABLES DEL CUIDADO DE LOS MENORES. EL DESCONOCIMIENTO Y LA INVISIBILIZACIÓN DEL OTRO
KARINA (15 años): Pregunté a Karina si no tenía que avisar a su casa que llegaría con retraso, a lo que respondió: “No, mi mamá trabaja y sale hasta las 4 de la tarde, y mi hermana a veces se queda a platicar con sus amigas después de la escuela.” “Yo ya le había pedido a mi mamá que me llevara con un psicólogo, pero no me hace caso. Ella sólo atiende lo que a ella le parece importante. A mí me permiten hacer todo y en realidad a veces quisiera que me guiaran un poco.” “Me parecería peor que mi mamá anduviera con otros hombres a que mi papá buscara otras mujeres, será porque siento que cuando se va a coquetear con otros, la mujer abandona a sus hijos.”
PINCELADAS DE ‘RACISMO’ EN DIVERSAS MANIFESTACIONES.
CARLA (17 años): “Mi mamá no se interesa ni por mí ni por mi hermano, no se da tiempo para nosotros, anda siempre trabajando fuera, ayuda a mi tía o a otras personas con la limpieza”. “A mí y a mi hermano ha llegado a gritarnos que nos vayamos de la casa”.
Carla dice que muchos la odian por ser bonita (lo que en ella destaca es que su piel es muy blanca, lo que alude a un ideal de belleza discriminatorio en el que difícilmente cabe lo moreno y los rasgos indígenas). “La actitud de mi mamá a veces me molesta, pues me da mucha ‘carrilla’ con los chavos. Cuando vamos por la calle habla de cualquiera como ‘mi novio’, por ejemplo de un albañil, y la verdad yo quiero otro tipo de novio”.
“Mis mayores deseos son que haya paz, llegar a ser una famosa psicóloga de niños y que no haya discriminación”, y luego narra: “A mi tía la corrieron de una tienda deportiva en una plaza comercial por su aspecto humilde, le dijeron: ‘¿Ya acabó de ver?... porque aquí hay clientela’, desde entonces no hemos vuelto a esa tienda.”
“Todo está cambiando muy rápido, hay guerras por todos lados, terrorismo, gente que huye de donde los están matando. Tengo miedo de que se acabe el mundo- Tuve un sueño que, según me dijeron, es una representación del apocalipsis: había una gran niebla, casi no podía verse, estaba oscuro, yo estaba sola, no había gente a mi alrededor, apenas una que otra persona como cada 5 kilómetros. Vi a dos mujeres abrazadas, pero llegó un barco enorme y un avión y las mataron. Fuimos a refugiarnos a una iglesia que por fuera era chiquita, muy chiquita y por dentro muy grande, ya ves cómo son los sueños, revuelven todo.”
NICHOS DE ACOGIMIENTO COMO CONTRAPOSICIÓN A LA EXCLUSIÓN.
LAURA (16 años). De la liberación subjetiva a la sensación de poder vérselas con un mundo tan complejo. Búsqueda de resguardo y de acogimiento. Laura abrió la última sesión de nuestros encuentros diciendo: “Te voy a extrañar, lo que hicimos fue de beneficio mutuo, pues yo te apoyé para tu investigación y tú a cambio me has ayudado. A mí se me quitaron como 20 kilos de encima, pues me di cuenta de muchas cosas importantes para mí.”
Nuestros encuentros concluyeron con dos sueños narrados por ella: “Yo estaba bañándome en el mar, el oleaje estaba muy alto y me llegaba por dos vertientes, yo estaba consciente de que no sabía nadar bien, pero me las ingeniaba y salía bien librada de la situación. 2) Iba a ser el fin del mundo, pero había la oportunidad de resguardarse siendo llevados a un sitio seguro (…) Yo iba bien preparada para el viaje, llevaba todo lo necesario”.
VII.- ADOLESCENTES DEL SIGLO XXI EN EUROPA Y ÁFRICA.
En Alemania hice entrevistas a jóvenes mujeres de diferentes culturas, siempre basadas en la libre asociación, esto es, a partir de las ocurrencias que ellas expresaban. En un viaje a Sudáfrica tuve también la oportunidad de entrevistar a una chica. Aquí las viñetas
LEA: alemana, 18 años. “Algo que no me gusta de mi país es que esté prohibido ser patriota. Si una dice en voz alta que le gusta Alemania, la gente inmediatamente censura, pretende ver en ello actitudes fascistas, mientras que en otros países la gente puede expresar sin problemas su gusto por sus costumbres, por sus tradiciones, sus paisajes. No entiendo por qué tengo que pagar por algo que sucedió cuando yo todavía no había nacido. ¿Qué pude haber hecho yo para impedirlo? (…) Si nos quieren enseñar historia, que lo hagan de una manera más objetiva, tal vez sentiríamos vergüenza por lo que hicieron nuestros abuelos, pero no más. A mí me gusta Alemania, no como si fuera algo muy especial, pero me gusta.”
GERTRUD: alemana, 18 años. “Tengo miedo de la desocupación de los jóvenes que hay en países europeos ahora con la crisis (…) La falta de empleo propicia el surgimiento de actitudes de extrema derecha entre los jóvenes. Se exacerba el tema de la nacionalidad, y se ve a grupos minoritarios, como los migrantes, como los causantes del malestar y se les ataca. Nuestros abuelos no entienden de problemas psicológicos e incluso justifican el nacionalsocialismo y hablan de lo que había cambiado en Alemania con la subida de Hitler al poder, y que ellos sentían como positivo para el pueblo alemán, pero por lo demás no veían más allá de sus narices (…) Entre los jóvenes de ahora, a muchos sólo les interesa la moda, la técnica, la comodidad y el disfrute del momento. Falta espíritu crítico y de rebeldía.”
“En algunos campos de refugiados las violaciones son permitidas, las llevan a cabo los soldados”. ¿Qué nos pasa a los humanos? El más fuerte se impone y daña.”
ULRIKE: alemana, 18 años. “…Veo el mundo y me pregunto qué puedo hacer yo, qué podemos hacer ante tanta miseria humana las nuevas generaciones. Me imagino en medio de una guerra y pienso que intentaría ayudar, pero no sé si en verdad lo haría, ni por cuánto tiempo eso sería sostenible, pues no he vivido jamás una experiencia extrema y me imagino que luego llega el cansancio y la necesidad de luchar por salvar la propia vida”.
JANINA: griega que llegó a Alemania siendo niña, 18 años. Aludiendo a la historia comenta: ‘”La humanidad parece no aprender de sucesos anteriores, por ejemplo del nacionalsocialismo y situaciones similares que se han dado en el mundo. No más hay que ver lo que está pasando con los migrantes. Además de a las personas, me parece muy importante en la actualidad cuidar el medio ambiente y los animales, ¿lo hacemos?”
BARBARA: alemana hija de padres croatas, 18 años: “De ‘allá abajo’ (zona fronteriza entre Bosnia y Croacia de la que proceden sus padres) recuerdo que las mezquitas y las iglesias católicas estaban una al lado de las otras, lo que para mí era un sobreentendido, lo más normal. La última vez que fui me impresionó que ya no había mezquitas en la ciudad de mis padres, habían sido destruidas durante la guerra, todas excepto una. Allá hay tres religiones: la católica, la musulmana y la ortodoxa y se hablan varios idiomas, entre los que destacan el croata y el albanés.”
AGNES: sudafricana, 18 años. “Antes los negros no podían asistir a las escuelas privadas y en las públicas estaban separados de los blancos, ahora están juntos y son educados en las mismas clases. Pero todavía quedan huellas del apartheid, los de raza negra tenemos buenas relaciones sólo con algunos de los blancos, y hacemos actividades juntos, como ir al cine y visitarnos mutuamente, pero hay blancos que no quieren saber nada de nosotros los negros, ni tener contacto alguno (…) Algunas personas viajan por placer, otras dejan su país cuando hay problemas extremos como guerra, persecución política, hambrunas, van a la búsqueda de formas de sobrevivir. En Sudáfrica no hay dinero, hay mucha pobreza, los jóvenes no encuentran trabajo y hay mucha criminalidad. Yo querría irme por un tiempo largo a otro país, pero al final de mi vida tendría que regresar a Sudáfrica para ser enterrada acá, es mi lugar (…) Hay que volver a morir donde una tiene sus raíces, y quedar en la tierra de una”.
A MANERA DE CONCLUSIÓN.
Las viñetas de entrevistas hechas a mujeres adolescentes hablan por sí mismas. Es interesante rastrear las temáticas y preocupaciones diferentes de las jóvenes según el contexto sociocultural en el que viven y en el que fueron socializadas.
Entre las mexicanas se destacan temáticas relacionadas con las diferencias económicas extremas en los diversos estratos sociales, la discriminación de sujetos que llevan las marcas físicas y culturales de la pobreza, la intolerancia en ciertos medios ante quienes pertenecen a una religión que no es la dominante en el país, a saber, la católica.
Entre las alemanas por nacimiento o socialización, es central el tema del pasado histórico ligado al nacionalsocialismo, que se vuelve álgido ante la crisis de refugiados solicitando asilo en el país y el fortalecimiento de grupos e ideologías de extrema derecha.
Las chicas ligadas al antiguo bloque del Este: Anna y Barbara, dan cuenta del impacto que han dejado en aquellos países las pretensiones de limpieza étnica que no sólo dividieron a los habitantes de poblaciones en las que en algún momento prevaleció la convivencia de los diferentes, sino que dieron lugar al citado genocidio y a la destrucción de símbolos y lugares sagrados para los musulmanes, que eran además nichos de encuentros colectivos.
En el caso de Agnes, se constata que a pesar del paso de los años, del desmontaje oficial del sistema apartheid, de haberse dado la consolidación de una concepción de una Sudáfrica para todos, los restos de la discriminación, según asegura ella, no se han desterrado, siguen operando de formas sutiles, aunque por fortuna con menor fuerza y frecuencia.
La capacidad de identificarse con otros sujetos, distintos de los que juntos comparten experiencias culturales y de socialización, presupone haber atravesado un desarrollo que lleve al sujeto a la diferenciación, al sentimiento de valer por sí mismo, al potencial de ejercer pensamiento crítico. La apertura y aceptación ante los diferentes depende en buena medida de lo que ocurre en el contexto en que el sujeto es socializado y los cambios históricos se dan con lentitud, aunque sí empujados por eventos que mueven a profundos cambios, como la lucha llevada a cabo en Sudáfrica contra el apartheid.
Sobre las bases de un medio social en el que se defienden los derechos de todos los habitantes, sin importar sus creencias, características físicas, adscripción de género, etc., se gesta la figura del semejante, la aceptación de una igualdad fundamental de todos los humanos. Tal figura del semejante –aunada a la agudeza del pensamiento crítico- es la que ha posibilitado a algunos sujetos oponerse a ideologías fundamentalistas, racistas, xenófobas, a regímenes totalitarios mortíferos. Muchos de los críticos del nazismo tuvieron que buscar el exilio en culturas cuyas tramas simbólicas permitían la apertura, la tolerancia, la aceptación del otro, el respeto de lo diferente, el consuelo del encuentro y el amor, espacios ‘terceros’ (Bhabha), en los que se propicia la hibridez, la intersubjetividad e interculturalidad.
Las leyes de la hospitalidad, sagradas en la Grecia clásica, tienen un papel significativo para limitar la violencia y facilitar la interacción con lo extranjero. Tales leyes existen aún en muchas culturas, y juegan un papel junto a lo lúdico, al arte, la sensibilidad, la apertura a lo nuevo, para mover a encuentros con lo que nos es ajeno. Y es que, en última instancia, todos somos extranjeros para otros y para nosotros mismos en los aspectos que se nos escapan y producen, sin embargo afectos e influyen en los comportamientos y relaciones que gestamos.
A pesar de la comprensión y el amor que los humanos requerimos, sigue siendo vigente la célebre frase ‘el hombre es lobo para el hombre’: vivimos una época de deshumanización extrema, de olvido del amor y surgimiento de guerras y brotes de crueldad en múltiples rincones de la Tierra.
El jugar, el humor, la empatía y la compasión, cuando todavía son posibles por no estar los sujetos en situaciones extremas, pueden dar lugar la gesta de un nos-otros: un vaivén entre lo extraño y lo íntimo. Si el intercambio dialógico propicia un espacio tercero, transicional, potencial para la creatividad, la imposición a los otros de los deseos de quien se instaura en tirano, destruye no sólo el potencial creativo, sino al sujeto mismo.
La utopía sería esforzarnos por esclarecer, en el trato con los sujetos, la palabra cargada de afecto, en un espacio de confianza. Termino citando a Pereña: “El juego se puede entender también como un modo de resistencia. En el juego, el mundo se revela en su mostración misma, suspendido el dominio del depredador (…) Esto es resistir, intentar mantener distancia íntima con la impostura que somos, y sobre todo, con la condición mercantil que se nos ordena. (Pereña, 2013: 128).
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